En el corazón del centro histórico de Guadalajara, los barrios de San Francisco y Aránzazu guardan una historia que evoca un tiempo de esplendor, transformación y profunda identidad tapatía.

Estos espacios, que en el primer tercio del siglo XX eran epicentros de la vida social y económica de la ciudad, hoy son relictos de una Guadalajara que, aunque transformada, sigue resonando en las calles empedradas y los edificios históricos.

San Francisco y Aránzazu no siempre fueron como los vemos hoy. A principios del siglo XX, estos lugares eran vibrantes núcleos sociales donde los tapatíos vivían, trabajaban y se divertían.

El licenciado José Antonio Rosales Cortés, en su ponencia sobre el entorno del Jardín de San Francisco, organizada por la Benemérita Sociedad de Geografía e Historia de Jalisco, invitó a retroceder en el tiempo y redescubrir estos lugares tal como eran hace más de un siglo.

“En Guadalajara, los remates visuales arquitectónicos siempre nos han encantado, las torres y todo eso”, señaló Rosales Cortés, destacando la importancia de los elementos arquitectónicos que dominaban el paisaje urbano.

Las torres de las iglesias y los edificios no solo definían la silueta de la ciudad, sino que también eran símbolos de poder y fe, visibles desde cualquier punto del barrio.

La estación de ferrocarril, el corazón de la ciudad

Uno de los puntos clave en la historia de San Francisco y Aránzazu fue la llegada del ferrocarril.

En 1888, con la inauguración de la estación central, estos barrios se convirtieron en la puerta de entrada a Guadalajara para viajeros y mercancías.

“La estación, con sus vagones de tren, estaba tan cerca de las casas de las principales familias de la ciudad que parecía un milagro que nunca ocurrieran accidentes”.

Esta proximidad entre la modernidad del ferrocarril y la tradición de las residencias familiares refleja la dualidad de una ciudad en transición.

La plaza que se formó detrás del Templo de San Francisco, conocida en distintos tiempos como la Plazuela de Aránzazu, la Plaza del Ferrocarril Central Mexicano, y finalmente la Plaza de San Francisco, fue testigo de esta evolución urbana.

“Este trabajo lo que pretendo es enseñarles cómo va a evolucionar un espacio en una determinada época”, explicó Rosales Cortés, subrayando cómo estos cambios impactaron tanto la fisonomía del lugar como la vida cotidiana de sus habitantes.

Fuego y renovación

Otro protagonista de este relato es el Templo de San Francisco, un lugar que ha sufrido innumerables vicisitudes a lo largo de los años.

“El templo antes de que se quemara en 1936, era una joya arquitectónica que se perdió para siempre”, lamentó Rosales Cortés.

Aquel incendio devastador transformó para siempre la apariencia del templo, y con ello, la identidad del barrio. Sin embargo, la capilla de Aránzazu, perteneciente a la familia Basauri, logró escapar de la destrucción gracias a su estatus particular, permitiendo que hasta hoy podamos conocer su historia.

La vida cotidiana en San Francisco y Aránzazu

La vida en estos barrios no solo giraba en torno a sus majestuosos edificios y plazas. Los habitantes, sus costumbres y su forma de vida eran el verdadero corazón de San Francisco y Aránzazu.

“Toda la gente abajo de sus casas tenían comercios, estaba el negocio o antes que otra cosa”, describió Rosales Cortés, enfatizando cómo las calles eran un bullicioso mercado donde la aristocracia se mezclaba con los comerciantes y los transeúntes.

Las imágenes de principios del siglo XX, capturadas por fotógrafos como Guillermo Kahlo, nos muestran una ciudad llena de vida, donde el comercio y la actividad social florecían en cada esquina.

Desde la venta de tortas al estilo tapatío, con “un exquisito puré de frijoles y carne al gusto”, hasta los encuentros en las cantinas locales, estos barrios eran el epicentro de la cultura y la gastronomía local.

Testimonios del pasado

Las voces de aquellos que vivieron en esa época nos transportan a una Guadalajara que hoy solo existe en la memoria.

“Este jardín tenía un encanto indefinido, los grandes árboles repartían una sombra agradable por las tardes”, recordó Lupe Gallardo, una vecina del barrio.

Para muchos como ella, el jardín de San Francisco no solo era un lugar de recreo, sino un espacio de comunidad y pertenencia, donde los niños jugaban mientras las madres y nanas conversaban animadamente.

La transformación de un barrio

Con el tiempo, San Francisco y Aránzazu han cambiado. Las construcciones modernas, la ampliación de calles y la llegada de nuevos comercios han transformado el paisaje, pero la esencia de estos barrios persiste.

Los relatos de Rosales Cortés y los testimonios de los habitantes de antaño nos recuerdan que, aunque la ciudad cambie, su historia y su gente siempre estarán presentes en cada rincón.

La historia de San Francisco y Aránzazu es la historia de Guadalajara misma: una ciudad que ha sabido evolucionar sin olvidar sus raíces.

Estos barrios, que alguna vez fueron el centro neurálgico de la vida tapatía, hoy nos invitan a redescubrirlos con una nueva mirada, apreciando no solo su pasado, sino también su continua relevancia en el presente.


Fotografías: Mann Prieto/archivos

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Stephanía Rosas Espinoza
Reportera de Ciudad Olinka. Estudió Periodismo en el CUCiénega de la UdeG.