En las inmediaciones del Estadio Azteca, la figura de Cristina Romo Hernández destaca por ser ajena al fraccionamiento donde se encuentra.
La década de los 70 corre en plenitud y ella salió furiosa de su trabajo en la televisora, para llegar a un barrio que aún no termina de nacer, pues posee amplias zonas en obra negra y su cercanía al estadio resulta mejor referencia que su nombre.
Cristina quien busca ser reportera, salió a la brava a la calle, proveniente del estudio del Canal Once, junto con el primer productor del programa Aquí nos tocó vivir.
Desde que salieron del canal, él no para de decirle: “Nos van a correr. Nos van a correr”.
Ella es conductora adjunta del programa, cuyo titular era el arquitecto José Priani y quien en esa ocasión volvió a faltar; la producción se detuvo.
Sin conductor no habrá grabación y ella, exasperada al ver a todos tan quietos en el estudio, se levanta y jala al productor, hasta un destino alejado: una cancha en medio de aquel fraccionamiento próximo al Azteca. “Aquí vamos a grabar”, dijo sin dar opción.
Cuando regresan, Cristina relata al entonces director del Canal Once, Pablo Marentes, quien comandó la televisora entre 1971-1981, su experiencia en la zona de Tlalpan de la Ciudad de México.
Se habían encontrado con un grupo de mujeres cargadas de piedras para arrojarlas contra los vagos que les roban los dos pesos, con lo que pagaban “la renta, el teléfono y la luz”, describe la escritora egresada de Lengua y Literatura Hispánicas de la UNAM.
Pero también se detiene para detallar la fascinación mostrada por esas mujeres a las que entrevistó, tras mostrarles la grabación en frío de sus declaraciones.
“Si algo no les gusta, aquí mismo lo destruimos”, se compromete la entrevistadora ante las vecinas embelesadas con sus imágenes en movimiento, en las que declaran y hacen denuncia.
No sabremos si años después ellas alcanzarán a tomarse una selfie, porque a México no llegan aún ni los celulares ladrillo. Aunque, por supuesto, esas mujeres ya han visto el movimiento filmado de Dolores del Río, Verónica Castro y hasta El Chavo del Ocho.
Pero para Cristina ver sus rostros es fascinante, porque en el México de los años 70 al barrio no llegan las cámaras y a los estudios no llega el barrio; eso cambiaría.
Y ahí estaba la periodista, con ánimo de un Gabriel García Márquez, relatando la llegada de la tecnología que parece magia en Macondo.
Cristina, ante él, con más de media hora de documentación videograbada, muestra su ánimo de escritora para encontrar palabras como si fueran pepitas de oro, que silenciosamente esperan detrás de los labios de la gente común, con vida común.
El despliegue de Cristina Romo convenció al director de la televisora, el arquitecto José Priani no se volvió a presentar, y así el enfoque de Aquí nos toco vivir dio un giro asegurando más de 40 años de existencia, en los que la periodista se hizo minera en la búsqueda de tesoros que habitan en el habla espontánea de las colonias.
Aquí nos tocó vivir se volvió una propuesta harto muy necesaria para la Ciudad de México y Guadalajara por igual.
En Jalisco, la imagen de Cristina llegó a través de la televisión pública local, a través de C7 (hoy Jalisco TV) y luego con la aparición de YouTube, donde los productores del Once TV tuvieron a bien la iniciativa de almacenar y clasificar cada emisión de sus programas en carpetas, para disposición del mundo entero.
Sin exagerar, a estas alturas, la lista de reproducción de “Conversando con Cristina Pacheco (quien tomó el apellido de su esposo José Emilio)” es de las propuestas que más invitados cautivadores ha tenido.
Ahí se ve cómo la periodista cultural conversa con Alejandro González Iñárritu sobre esos lugares sórdidos y violentos, donde no hay espacio para la belleza salvo en las miradas y las palabras.
Hablan de migración y narcotráfico, a propósito de Biutiful. Iñárritu confiesa públicamente su admiración.
Con Carlos Monsiváis el tema es la muerte de Pedro Infante y el arquetipo que forjó en el imaginario colectivo mexicano.
Durante el confinamiento, por la pandemia, charla con la imagen de una estoica Cristina Rivera Garza, quien detalla los resortes íntimos de su libro El invencible verano de Liliana, que es una celebración al paso por la vida de quien fue hermana de la escritora y víctima de feminicidio.
En 2012, conversa con Carlos Fuentes, Ernesto de la Peña y Chavela Vargas, a quienes la muerte les fijó un plazo de días sin que ellos lo sepan.
Y consigue dibujar una semblanza extraordinaria de Xavier López, el coleccionista, el escritor, médico, motociclista y voraz lector, quien vuelve a bajar el perfil cuando convocan al insoportable niño “Chabelo”, que la descoloca y hace reír al estudio.
Ciencia, historia, arquitectura, pintura, y pequeños conciertos como los de Lila Downs, Los Folkloristas, La Gusana Ciega, Soraima y sus Huastecos, el Mariachi Femenil Amazonas. Todos pasan a conversar.
Todos a excepción de su esposo, José Emilio Pachecho, con quien ella tenía el pacto de no entrevistas, no edición de textos y con quien compartió el mismo techo casi desde su primera cita, como contó a Paco Ignacio Taibo II en sus charlas en El Zócalo.
Octavio Paz abreva de Alfonso Reyes; Fuentes, de Paz; José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis se acercan a Juan José Arreola; Cristina, en cambio, lleva una infancia primero en Guanajuato y después en la Ciudad de México, con la ilusión abstracta de escribir.
Esto, hasta que su maestra de primaria toma la abstracción y la cincela para esculpir juntas el que será un proyecto de vida.
Ya en su adultez precisa trabajar para ganarse la vida, editando y transcribiendo los textos que entregan aquellas lumbreras para La Revista de la Universidad. Así la escritora toma estilo, brillo y color. Aunque comience a publicar con seudónimo.
Así como lo hace en las calles, también convive y descifra el lenguaje de su tiempo: en 2014, su texto “Eterno Viajero” conmueve a Twitter y se hace viral; son las palabras de una escritora viuda que despide la compañía del esposo poeta, con quien estuvo por casi 50 años.
Y una década después, la vemos tragar saliva ante las cámaras, cuando el doctor Alejandro Frank lee para ella una carta evocativa: el Chat GPT ha tomado las palabras del poeta José Emilio y producido un mensaje para la conductora, cuyos ojos se cristalizan ante una suerte de fantasma o memoria viva artificial; sin embargo, es profesional y no obliga al corte comercial, la charla sigue.
En la edición 2011 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Cristina Pacheco recibe el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez. Ese año su foto circula en los libros de texto de Español para secundarias públicas, en el capítulo que enseña a los adolescentes sobre los géneros del Periodismo.
Ella aparece como referencia de la entrevista, no solo para el método, su imagen en el libro también es una sugerencia para aprender a escuchar y mirar a quien sea: un buen conversador siempre encuentra al mejor interlocutor.