Esculturas de Richard Burton y Elizabeth Taylor, en Casa Kimberly de Puerto Vallarta. Fotografía: Iván Serrano Jauregui

Por: Patricia Mignani · 


Gotas de arena cayeron en la boca de mi lata de Heineken. Venían del cielo, de una tijereta que atrapó de un mordisco una sardina que un pescador tiró al aire.

Ese pescador, que inocente jugaba con los pájaros, pesca sin caña, es capitán de barco y fue el chofer de confianza de Elizabeth Taylor durante los 14 años en los que la actriz pisaba intermitentemente las playas de Puerto Vallarta, en México.

Candelario Rodríguez Flores habló de Elizabeth Taylor desde que el sol estaba a dos dedos del horizonte hasta que se hizo de noche. Le pedí su teléfono y no lo volví a ver en dos años.

Con 83 años fue arriesgado perderle la pista durante tanto tiempo pero un día levanté el teléfono y allí estaba, detrás de ese número, respondiendo a mi llamada y confiando en mí sólo con escuchar el nombre: Elizabeth Taylor. Costó encontrarlo.

La vida de la playa puede ser muy tranquila y despreocupada y más cuando las generaciones son un abismo de distancia para la tecnología. Me había citado en la playa el día anterior, debajo del puente que pasa sobre el Río Cuale.

Lo esperé bajo un sol que calaba la piel y con la humedad que un cuerpo habituado a Guadalajara apenas puede soportar. Estuve en la orilla, atravesé el puente varias veces. Vi cómo se instalaban los puestos de venta de ostiones con mesas de plástico y sombrillas, y cómo los buceadores con piel cobriza llegaban con cubetas de pintura de 19 litros llenas hasta más de la mitad con ostiones. Vi niños cortar limones, bolsas de arpillera de plástico verde, sacos de arena y piedras dignas de los mejores arreglos de spa.

Y Canderlario no llegaba. Recorrí la playa atravesando varios restaurantes, hoteles y bares hasta llegar al próximo puente. Le pregunté a algunos pescadores y vendedores de almejas por Candelario, eso me llevó a “Cande el buceador”, pero no era la persona que buscaba. -¿Cande el pescador? sí, aquí se pone a veces -¿Uno que pesca con anzuelo? -Sí, aquí. Espérelo que seguro viene más tarde. Ese día no apareció. En la noche lo llamé desde un teléfono público y también la mañana siguiente. Por fin llegó, con un libro de tapa dura, color violeta, bajo el brazo y una gorra de América que describió por teléfono que usaría. Yo esperaba algo más del estilo de equipo del fútbol pero para mi sorpresa tenía un gran águila bordaba con la escrita ‘U.S.A’. Al cuerpo, su guayabera color manta. Cuando lo vi me dijo que el día anterior lo habían llamado por un trabajo, para ser mozo en una casa y cubrir a un amigo que se había enfermado. Fue a trabajar porque eran unos pesos extras y ya no llegó a nuestra cita.

Busto de Elizabeth Taylor en la Isla del Río Cuale, cerca del Malecón de Puerto Vallarta. Fotografía: Iván Serrano Jauregui

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“Yo era su chofer de confianza, su mozo y el que le pintaba la casa. Yo la sacaba a ver los viveros porque tenía un jardín que le gustaba mucho y cuando ella venía, la llevaba a comprar plantas y flores.

Duraba hasta dos horas eligiendo qué plantas comprar. No tenía una preferida, nomás le gustaban las grandes y siempre las tenía en frente del comedor, era como un jardín cuadrado para estarlo viendo cuando comía”.

Candelario, quien fue capitán de barco por 35 años asegura nunca dejó la pesca y el mar, pero que estar en alta mar era difícil, por lo que alternaba su trabajo con otros en tierra. Así, su cuñado, que tenía una oficina que administraba casas para estadounidenses que vacacionaban en Vallarta, tenía a su cargo la casa de Taylor.

“Él tenía dos casas para rentar aquí nada más, cuando todavía no había nada y las casas se rentaban con cocinera y mozo”. Para la pareja Elizabeth Taylor – Richard Burton la playa mexicana resultaba ser un paraíso donde escapar ya que la actriz hollywoodense se había expuesto en demasía al escrutinio público por su vida privada. Con Richard Burton, a quien definió en más de una entrevista como “el amor de su vida”, encontró un lugar que, en el año 64, no tenía siquiera carreteras.

“Le voy a decir la verdad, en la película La noche de la iguana, la carretera que hay fue simulada nada más porque no había camino todavía, eran puro árboles, pura montaña”.

La celosa “Liz” llegó a Vallarta conducida por la inseguridad, ya que el actor se había ganado la fama de alcohólico y mujeriego y había sido convocado para filmar la película La noche de la iguana, en la Playa de Mismaloya, a la que partían ambos cada mañana para el día de grabación. La película duró un año y ella fue inseparable.

La Casa Kimberly se caracteriza por tener un puente que se comunica con una finca frente de ella, en la calle Zaragoza y Farolito, en el Centro de Puerto Vallarta. Fotografía: Iván Serrano Jauregui

Luego de ese tiempo Taylor y Burton volvían a la playa mexicana cada seis o siete meses y se quedaban unos cuatro o cinco días. Compraron la Casa Kimberley, un regalo que él le hizo a Elizabeth para su cumpleaños número 32. Eran dos propiedades enfrentadas en la colina que llaman Gringo Gulch. Cada una en una acera de la calle, se conectaban a través de un puente que ahora está pintado de rosa. Atravesándolo se evitaban tener que cruzar la calle.

“La señora no se despegaba de ‘Richard’, como ella le decía. Estaba celosa porque la actriz Ava Gardner aparentemente quería con él y ella vino a cuidarlo. Yo todas las mañanas los llevaba hasta la orilla de Playa de los Muertos, ellos tomaban su lancha y ya me avisaban por radio a qué hora los tenía que esperar en la orilla. Los buscaba con el jeep y los llevaba a la casa que tenían”.

Una mañana en que Burton no quiso molestar a Elizabeth porque estaba dormida y había tomado demasiado el día anterior, le pidió a Candelario que lo llevara a tomar la lancha para irse al set de filmación solo, “tú no te vas conmigo, te regresas a ver qué dice la señora cuando despierte”, le dijo. Cuando Taylor despertó y preguntó por su marido, el chofer le explicó y ella salió rápido con Candelario hacia la playa. Ella sabía poco español y él poco de inglés, pero se entendían. Al llegar se dio cuenta de que no había lanchas para poder llegar a la isla. Estaba tan molesta que le tiró arena a los que rentaban lanchas.

-“Noooo, yo nunca había visto a la señora tan enojada como ese día, ¡hijo de la mañana!” Desde aquel momento se compró una lancha con motor para no tener problemas y para que fuera más rápida. Estaba tan furiosa que habló por radio al director de la película, John Huston, y le dijo que se lo llevaba a Richard y que les dejaba su película. Huston se fue inmediatamente a la costa, habló con ella y la apaciguó.

Hasta el director se cuadraba con Taylor a pesar de que ella ni siquiera formaba parte del reparto. –¿Entonces ella era la que mandaba en la pareja? -Tú sabes que en los Estados Unidos siempre manda la mujer. (Ríe sin pena).

 

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Pregunto cómo era como jefa. No me deja terminar la palabra jef… cuando me interrumpe con un “noo, la señora era una chulada. Cuando ella llegaba a Puerto Vallarta, si yo tenía otro trabajo, lo dejaba. Es que la paga de la señora era muy buena”. Cuenta que solamente él podía entrar a su recámara. “Ellos se llevaban como Dios los echó al mundo, los dos, no tenían problemas”.

Recuerda que una vez que Liz estaba subiendo al jeep Candelario la sostuvo porque se estaba por caer y Richard riéndose le dijo que la agarra por las nalgas. “Por eso -mira una foto en la contraportada del libro que ella le regaló, en donde Elizabeth Taylor posa de manera provocativa- …nooo olvídate, era muy bonita”.

El recuerdo de Candelario lo hace narrar que cuando conoció a la Taylor “ya era grande y famosa”, aunque en realidad tenía la misma edad que el pescador, 32 años.

Escena de la película “La noche de la iguana”, filmada en la Playa de Mismaloya, al Sur de Puerto Vallarta

Coetáneos vivían una realidad tan inmensamente diferente en la que Taylor se preocupaba por sus hijos, su reciente matrimonio con Burton -el quinto de ocho- y su colección de joyas. Candelario se casaba con la única mujer de su vida y su pendiente era estar a las nueve de la mañana todos los días en la casa de Taylor. Puntual. Cuenta que una vez fueron unos estadounidenses de visita y que uno de ellos, que hablaba muy bien español, le preguntó al chofer cuántas veces lo había puesto en la calle la señora. Le dijo que nunca, el hombre se asombró y le explicó que “allá” había corrido a muchos.

Dejo ver que se me hace “brava” la señora y Candelario me responde: “es que si no se hacen las cosas como un patrón quiere, cualquiera puede echarte”. “Mi cuñado me avisaba un día antes que Elizabeth Taylor llegara y me decía que me fuera sin desayunar porque desayunaba en la casa de Taylor. Yo pedía lo mismo: huevos con tocino, jugo de naranja, para no defraudar”. -¿Y de la bebida?, dicen que él tomaba mucho… -Fíjese que sí tomaban mucho los dos, mucho, mucho.

“Yo nunca vi que se pelearan. Yo me imagino que cuando estaban muy tomados era cuando se ponían mal. Tomaban puro vodka, en las rocas y rápido se ponían así. Cuando estaba filmando Richard Burton, cuando mucho se tomaba una copita, pero sí cuando regresaban”.

Indago acerca de los ojos violetas de Elizabeth Taylor, los cuales no he logrado ver en las fotos auténticas de la época, para ver si Candelario tiene algún recuerdo de su mirada. “Sí, sí los tenía. Eran violeta. Mandó a pintar su jeep del color de sus ojos”. Taylor decidió que para no andar pagando un auto se compraría uno propio: un jeep.

Y en Tepic mismo quiso que se lo pintaran de violeta. “Ese jeep a mí me lo regaló la señora”. En ese momento tuve el impulso de ir a verlo, saber si quedaba alguna parte de eso, pero me dijo que ya lo había vendido porque después se había puesto a hacer mantenimiento en algunas casas del lugar y para cargar los materiales el jeep era chico.

Elizabeth Taylor junto a su amado Richard Burton viendo el paisaje de Puerto Vallarta desde lo alto de la Casa Kimberly
Elizabeth Taylor junto a su amado Richard Burton viendo el paisaje de Puerto Vallarta desde lo alto de la Casa Kimberly

“Lo tuve como unos cuatro o cinco años. Un día fui a que me cambiaran una llanta al concesionario, porque era difícil encontrar las piezas para el jeep, y ahí el mero gerente me preguntó si el auto era de la Liz Taylor. Le dije que era y que ya era mío porque me lo había regalado”.

El gerente, que ya había visto que a Candelario le gustaba una camioneta roja que estaba recién llegada a la Nissan, le propuso un cambio. “A mi me servía mucho la camioneta y él sabía que el jeep en un tiempo iba a valer mucho dinero, porque era de la Liz Taylor”.

El pescador lo pensó y dijo que no. “Yo lo que quería era más centavo. Me servía mucho la camioneta pero yo sabía que otra persona podía pagar más por el jeep”.

El gerente le ofreció 10 mil dólares y la camioneta por la joya violeta y el cambio se hizo. “Yo a veces tenía que llevar arena, bloques para hacer alguna barda, y yo traía gente trabajando conmigo, entonces me servía algo más grande”.

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Candelario, que ahora tiene recuerdos difusos y una imagen lejana de la señora, como él la llama, hace fuerza para recordar con los ojos entrecerrados, más de lo que sus arrugas le dejan asomar. Tiene dos pequeñas pupilas celestes y una gorra que lo previene de que su piel se siga manchando por el sol, aunque para ser costeño, no tiene piel morena.

Cuenta que nació donde ahora está el Museo de la Marina en Puerto Vallarta, que ese terreno era de sus padres.

“Ahí nacimos tres, mis dos hermanas y yo. Luego se enojó mucho el mar y un huracán, como el Kenna, se llevó todo. Eran casas de palapa y de palo. Yo me acuerdo porque tenía unos ocho años más o menos”.

Vallartense de nacimiento y casado con una mujer a la que robó cuando él tenía 32 y ella 15 años, ha sido un hombre de cumplir. A los ocho días del tomar a su mujer se casó y en 2014 cumplieron 50 años de casados.

A Esther la conoció a través de su cuñado también, ella era cocinera y trabajaba para una de las casas que se rentaban con servicio completo. No siempre les tocó trabajar juntos, pero habían coincidido algunas veces. El pescador cuenta que se quiso casar con ella “bien a bien” y que la pidió tres veces pero que “no se la quisieron dar”.

El hecho de que fuera menor provocó que los padres quisieran esconderla en un rancho para alejarla de él. Esther, con carácter fuerte a sus cortos 15 años, le pidió a Candelario que la robara, que un sábado, que era día de pagos, enviaría a su padre el dinero ganado en la semana y que se iría con él. Un 22 de noviembre, el día de la Virgen de Santa Cecilia y día de los músicos, “me la robé”, ríe a viva voz con sus dientes desparejos, cuatro de ellos asomaban por los costados en color plata.

Sus padres la mandaron a buscar con la policía y Candelario, que en ese tiempo tenía un centro nocturno familiar, tenía contactos con los policías. Les encargó decir que había salido para Tepic. Para la boda, en la que los padres de ella tuvieron que firmar, Candelario mandó a buscar a la familia de Esther. A la madre, quien no aprobaba la unión, le dijo que si no iba a firmar la mandaría a buscar con la judicial.

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Candelario va de Liz Taylor a la vida de un pescador con la rapidez con que una ola vuelve al mar y cuando quiero darme cuenta rompe en la playa con el sonido de otra historia. “Yo digo que a mí me aventó la ola con mi padre”, cuenta el chofer que heredó el oficio de su padre quien también era pescador, en una época en que había mucho producto en el mar pero no había a quién vendérselo.

Ser capitán de barco le permitió viajar, conocer lugares como San Diego, Long Beach, e incluso vivió en Virginia junto a su mujer durante dos años.

Caballito. Turismo en Puerto Vallarta. Fotografía: Iván Serrano Jauregui
Gracias a la película “La noche de la iguana”, Puerto Vallarta se catapultó como destino turístico con un imaginario de pueblito típico mexicano con un clima ideal frente al mar. Fotografía: Iván Serrano Jauregui.

“Esto del agua es más duro que un trabajo en tierra, por el vaivén de las olas. Yo conozco todo el mar, desde Manzanillo a Acapulco”, presume incluso que lo conocía cuando no existían las brújulas y se pronosticaba el tiempo con sólo ver las estrellas. Ahora se dedica a hacer atarrayas. Hace una en un mes y la vende a dos mil pesos. Miden tres metros y medio y al terminar la red tiene 600 mallas.

“Lo hago para no estar en balde, porque yo siento que el día que deje de hacer algo me voy a deprimir, y ya a mi edad no me dan trabajo”. Candelario habla de toda su vida con la misma emoción con la que cuenta la experiencia de haber estado durante tantos años al lado de una de las actrices más importantes del mundo.

Elizabeth era todo lo extravagante que el universo de las curvas y el cine podían pedir, y también era la joven celosa y enamorada que huía hacia las playas buscando aire, libertad y reserva. Un ambiente complicado para el entorno de Hollywood pero nada del otro mundo para un pescador que siente que lo que tiene para contar es que sólo fue su chofer de confianza.

“La señora a mí me trató muy bien y el regalo que me hizo del jeep, se le agradece a una persona que tiene tanto dinero porque hay personas que tienen mucho y no te dan un cinco. Yo me acuerdo de ella. Cuando estaban anunciando que estaba muy grave yo estuve viendo en la televisión y dije bueno, que Dios la acompañe”.

Con sus pequeños ojos azules expresó mucho más que con su pequeña frase “cuando ella murió me dio sentimiento”. El mar se escuchó romper una vez más en una callecita cortada en la que el sol ya nos había corrido de lugar tres veces.


Esta crónica fue publicada originalmente en el extinto medio Más por Más Guadalajara, el 27 de abril de 2016.

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