En su oficio de soldador en un taller de herrería, Ismael Juárez nunca escaló edificios en el trabajo ni tampoco experimentó ascensos espirituales hasta que consiguió un empleo de sacristán en el templo Expiatorio de Guadalajara. 

—Fue un cambio muy brusco porque nunca fui muy sociable, siempre estuve encerrado en talleres. Mi oficio es soldar. 

Sus hermanas le dijeron que el sacristán del templo había fallecido, y que el padre buscaba a alguien de confianza.

—Pero yo no tenía idea, ni a misa iba. Dije: yo ¿sacristán? ¡Cómo! Hasta que me animé. 

Unas monjas encargadas de la sacristía le enseñaron al vecino de la Concha, Tlajomulco, el significado de los símbolos y de los objetos, de la ropa y a leer el evangelio en público pese al pánico escénico. En cinco meses aprendió lo básico. Las sacristanas le dejaron el encargo.

Poco después exploró una verticalidad y rectitud a 64.5 metros de altura bajo las órdenes del monseñor Francisco Casillas enfrascado en una guerra contra las goteras de la cúpula gótica.

***

Cambios. Ismael Juárez, antiguo soldador y quien nunca se imaginó cambiar de oficio, posa en la sacristía de la que ahora se encarga. Fotografía: Adrián Montiel G

En el primer aguacero, Ismael presenció un milagro: una lluvia al interior de la cúpula cónica filtrada entre los cristales carmín, bermellón, dorado, ultramar y celeste. 

El goteo se convirtió en torrente y recorrió la cronología constructiva del templo: primero sobre las estructuras más jóvenes, la cúpula y las pechinas, y después por las columnas erigidas sobre la primera piedra colocada en 1897.

—Aquí, en los pilastros de adentro eran chorros y chorros de agua—, recuerda Ismael.

La lluvia continuó la ruta hasta el altar y descendió, como la cauda de un vestido de novia, por la escalinata, corrió a las primeras filas de bancas y terminó a punta de escobazos a lo largo de las baldosas marmoladas.

El monseñor Francisco Casillas atajó la emergencia con voluntad y recursos. Pero la solución falló. Los chorros de la divina lluvia continuaron santificando el pan y el vino, al santísimo sacramento y al mismo monseñor.

—Él nos dijo “súbanse ustedes, le van a dar mantenimiento a todo y lo harán mejor, como son de casa, lo van a hacer mejor”.

***

Antes de las diez de la mañana se adentra a la oscura y fría escalera de caracol hasta el campanario para llegar salir deslumbrado a las bóvedas rojas de la nave lateral; luego camina otro tramo a una escalera para subir a las naves centrales donde recorre la azotea hacia el crucero y al pie de la cúpula donde trepa un andamio.

Estructuras. Andamio colocado al pie de la cúpula o cimborrio del templo de Expiatorio, en la colonia Moderna de Guadalajara. Fotografía: Adrián Montiel G

—Ese está amarrado y es para subir: donde ves que termina el andamio hay un descanso y es ahí donde nos preparamos con el material, donde empezamos a colgarnos las cosas y nos aseguramos que el equipo vaya bien seguro

Una serie de clics del equipo de seguridad, apretones en los nudos de los frenos y el estiramiento de las cuerdas es el ritual previo para ascender a través de unos peldaños de hierro con la vista fija en su destino, la cruz, el punto más alto del Expiatorio.

—El chiste es no voltear a ningún lado porque te pones nervioso, de veras, estando allá, a lo que vas, a trabajar: vas subiendo y, si por algo volteas hacia abajo, ves a la gente muy chiquita.

La cruz es la cima de la pirámide octogonal, una especie de cola de cocodrilo, de cuyos lados se deslizan líneas de cantera adornadas con frondas vegetales hasta la base de la que surgen los pináculos.

El trabajo comienza: Ismael desciende con los pies aferrados al plano inclinado del cimborrio con una mano aferrada a la cuerda mientras la otra despeja el polvo y la mierda de las aves de los vidrios polícromos incrustados en la cantera con formas de tréboles y flores.

Acrobacia. Ismael desciende sobre el plano inclinado de la cúpula, antes limpio algunas zonas de difícil acceso para cualquier otra persona. Fotografía: Adrián Montiel G

Las vibraciones de los coches, sismos y sacudidas de las construcciones produjeron grietas entre el vidrio y la baldosa de los rosetones: grietas ramificadas que ganaron terreno hasta el interior que se sumaron a la falta de mantenimiento y reparaciones defectuosas.

—Tú, como patrón si vas a mandar a tus trabajadores igual ellos nada más lo van a hacer rápido porque es gente que se le pagaban por día: a mí me tocó ver, en los lugares de abajo de la cúpula donde me tocó subir y pusimos silicón, que nomás lo ponen así, mal puesto, porque no batallamos en quitarlo.

Arriba, recuerda Ismael, sólo se escucha el viento que, cuando corre muy rápido, es una mala señal.

—Cuando hay mucho viento no subimos porque el viento pasa y te pega muy, muy fuerte. En sí allá arriba no hace mucho calor por el aire, no sientes tú la calor, pero si te pones a ver las nubes como que sientes que pasan muy rápidas, y eso hace que a veces te mariés.

Desde la superficie escucha e ignora las llamadas y señales que le invitan a voltear. 

—Si te pones a voltear se te empiezan a meter como nervios y a pensar “¿si me llego a caer?” Tú a lo que vas, a trabajar. Y te pones a trabajar porque hay gente que te chifla, gente que te conoce, es mejor concentrarte a lo que vas, a trabajar y ya.

Desde el edificio de la Universidad de Guadalajara, se ve a Ismael trabajar sin prisa y concentrado. Parece un trabajo cotidiano de conservación del patrimonio cultural arquitectónico en manos profesionales, aunque se trate de un soldador con más temor que experiencia.  

Arriesgado. Ismael se aferra a las torres del Expiatorio y con atención puede ser visto desde lugares como el edificio de la Rectoría de la UdeG. Fotografía: Adrián Montiel G

Arriba, dice, resuenan en su cabeza las advertencias del monseñor.

—Por eso el padre dice “yo estoy confiando en ustedes que son gente que va a lo que va porque, si por algo están jugando, en un descuido…”.

Y aunque Ismael descarta los juegos, ya hubo una advertencia.

***

Un joven espigado, también sacristán, lleva hacia el interior del Expiatorio una carga de materiales litúrgicos para engalanar una boda.

La primera vez que subió el muchacho, cuenta Ismael, lo hizo con los ojos cerrados por el terror a las alturas y quien esa misma mañana bajó de la cúpula aterrado tras una falla técnica.

Mientras trabajaba, liberó la cuerda algunos centímetros para descender un tramo y aplicar el silicón, pero el freno falló, la cuerda se corrió y se deslizó al vacío sobre el plano inclinado porque olvidó poner nudos a la línea de seguridad.

—El chavo se bajó asustado, andaba trepado y dice “nunca pensé ponerle los nudos” y se le salió la soga.

Ismael explica que hay que poner uno o dos nudos a la soga para que funcionen como freno. De lo contrario, la cuerda abandona el sistema de arneses.

—“Me alcancé a agarrar de un alambre que está ahí”, pero se bajó hasta llorando, “volví a nacer”, dijo. 

***

Detrás del escritorio de su despacho en la notaría del templo, el monseñor Casillas recibe a los visitantes con la cabeza clavada entre biblias y misales: levanta la mirada sin mover la cabeza en un gesto desafiante producto de una lesión cervical. 

Mientras habla golpetea con suavidad el escritorio con ambas palmas para enfatizar palabras de origen litúrgico o sagrado.

—Cuando nos dan el nombramiento lo primero que dice el señor Cardenal es: tenga la llave, cuida el Santísimo, a Cristo hay que cuidarlo; lo segundo, la campana como signo de llamada, cuidela, que no se toque para lo profano, sino para lo santo, y lo tercero cuide los bienes.

Y las goteras del inmueble.

Tras el fracaso de los arquitectos e ingenieros que le costaron casi cien mil pesos, contrató a una compañía que capacitó a los sacristanes para escalar.

—Yo les pido “nadie se me sube con titubeos, vaya bien, seguro desde ahora, no confíe nada: su arnés. su soga” porque con una descuidada se nos descuelgan. No ha habido, gracias a Dios

—¿Para esto hay supervisión de alguna dependencia municipal como los bomberos de Guadalajara o de Jalisco?

—Los bomberos vienen cuando van a prender castillos de las fiestas aquí afuera. El Instituto Nacional de Antropología e Historia generalmente viene cada año, como el templo es patrimonio nacional, viene y revisa las criptas o revisa alguna otra cosa. Para el mantenimiento no tenemos que pedir permiso para nada, sólo si vamos a hacer una área nueva o que está deteriorada.

Sin embargo, hay una legislación ignorada y relacionada a los bienes nacionales, monumentos y de asociaciones religiosas: de Protección Civil estatal y municipal y hasta de la propia Arquidiócesis de Guadalajara en los Lineamientos Generales en Materia de Conservación del Patrimonio Cultural del Manual Diocesano de Mantenimiento y Conservación para recintos religiosos publicado por la Comisión Diocesana de Arte Sacro.

***

Cuatro horas de trabajo al día son suficientes para avanzar en la tarea: a mediodía concluye la jornada que puede extenderse si todavía hay silicón fresco.

Ismael concluyó el mantenimiento del cimborrio del programa bianual que alterna la cantería y la vidriería, un trabajo exitoso que desmintió el dicho del monseñor.

—Porque decía “no pueden quitar las goteras porque es un templo gótico”.

Ya casi no hay goteras: del cien por ciento se redujeron en un 90. Solo quedaron las manchas del agua en el piso que en cada ocasión desaparecen con la pulidora.

Ismael observa debajo de la cúpula, un tipo de túnel estelar multicolor que, confirma, es su lugar favorito del templo

Escaparates. Bajo la cúpula del Expiatorio hay un túnel lleno de colores que Ismael reconoce como su lugar favorito en el templo. Fotografía: Adrián Montiel G

—A veces nos toca subirnos al descanso, al barandalito negro, te metes y dices ¿cómo hicieron esto? En aquellos tiempos no había grúa ¿cómo subieron todo esto? 

En las primeras bancas, a salvo de las goteras, se escucha la letanía de un par de ancianas iluminadas por un haz de luz ámbar filtrado de una claraboya.


Fotografías: Adrián Montiel G

Artículo anteriorJalisco añade tres nuevos pueblos mágicos a su mapa
Artículo siguienteLa nota roja, matices y riesgos en una nueva propuesta literaria
Adrián Montiel González
Colaborador en Ciudad Olinka. Ha laborado para medios como Gaceta UdeG, Radar Sonoro, El Diario NTR Guadalajara y A dónde van los Desaparecidos.