Todo en Pedro Loza 220 está cambiado: donde había un mural de un bicéfalo Bob Marley y luego el de un león con dreadlocks sobre un pequeño escenario donde tocaban bandas de reggae, hay hoy dos refrigeradores con refrescos, un estante con platos y vasos de unicel y servilletas, una mesita con un garrafón de agua y un exprimidor de naranjas.

De aquel Centro Cultural Rastafari no queda ni una pista en esta lonchería de Guadalajara. 

No solo la pintura beige y blanca ocultó los muros verdes, amarillos y rojos, y donde estaba la barra hay mesas cuadradas metálicas con sus respectivas cuatro sillas, sino que del tapanco de madera que se elevaba frente al escenario no hay rastro.

Las dudas sobre si es el mismo lugar se disipan al corroborar el domicilio en Google Maps y observar la fachada de esta antigua finca del centro histórico. 

Antigua finca donde se encontraba el Centro Cultural Rastafari, en calle Pedro Loza del Centro de Guadalajara. Fotografía: Iván Serrano Jauregui

Las mesitas redondas hechas de troncos y madera aglomerada solo quedan en el recuerdo, al igual que las máscaras con rasgos africanos, los cuadros de Haile Selassie, y los letreros de ‘Sisters’ y ‘Brothers’ en los baños. El sol ingresa por un domo que cubre la lonchería y propicia un ambiente cómodo pero caluroso para los comensales, opuesto a las noches de baile que imperaban en este inmueble.

Lonches Mago ofrece también hamburguesas y hot-dogs; tacos de barbacoa, bistec y chorizo; milanesas y carne asada; desayunos, comida corrida y mariscos. En el Centro Cultural Rastafari, caigo en cuenta, sólo había venta de cervezas y churritos con salsa picante. Pero su atractivo no era gastronómico, era sonoro. Un gozo por la música que reproducía la administración del bar, y por las bandas que tocaban en vivo

De la puerta se asomaban luces verdes, amarillas y rojas. Al entrar, un bajo potente te incitaba a bailar. Tarde que temprano cedías al ritmo del roots, del dub o del dancehall. Era una época en que parecía que el reggae se había apropiado de la ciudad. O viceversa. 

Bajo su techo sonaron bandas de reggae locales e internacionales, hoy es una lonchería. Fotografía: Jonathan Bañuelos.

Música y baile

“En el ‘Rasta’ me tocó debutar como DJ de reggae”. Omar de León está frente a una laptop en la que programa este género musical en la pulquería La Chukirruki. Las paredes de este angosto local están tapizadas de murales alusivos a culturas prehispánicas. Es sábado por la noche. Coloca en la tornamesa digital algunas de las rolas que programaba en el Centro Cultural Rastafari. 

Lo que más le gustaba, apunta con nostalgia, era el dembow; el ritmo que, asegura, se apropió el reggaeton. “Pum-ta-pum-ta-pum-ta-pum-ta-pum”, pronuncia. Luego suena en las bocinas del lugar el jamaiquino Shabba Ranks, uno de sus exponentes. Imposible no mover ni siquiera un dedo. 

“Yo ponía mucho este estilo de música, música para bailar, música para sudar, música para prenderte”. 

Sus audífonos de diadema descansan alrededor de su cuello y sube el auricular derecho a su oreja de vez en cuando; sus dedos se deslizan por el touchpad de su computadora. Sube el volumen, el ritmo sigue. Un sujeto que hace unos minutos platicaba con él, ahora se mueve, baila, se deja llevar por el ritmo. 

Pero en el Centro Cultural Rastafari también sonaban rocksteady, ska, worldbeat, o sonidos cercanos al reggae, lo que permitió ampliar su abanico de bandas que subieron a su escenario. La idea era consolidarse como un espacio en Guadalajara para que tocaran bandas foráneas de renombre, y darle oportunidad a músicos locales

Detalles de la puerta del inmueble. Fotografía: Iván Serrano Jauregui

Era la primera década de los 2000 y el reggae latinoamericano tenía un lugar importante en el gusto de los tapatíos y en la playlist del bar, con bandas como Gondwana o Los Cafres; y agrupaciones mexicanas como Rastrillos, Ganja y Antidoping. De esta última, Omar recuerda una ocasión que después de presentarse en el parque de diversiones Selva Mágica acudieron al ‘Rasta’. Fue una noche “mágica” que atesora en su memoria, pues para entonces tomar fotografías con un celular no era común. 

Además de DJ se involucró en la realización de eventos y en el diseño de los flyers que distribuía en el Tianguis Cultural de Guadalajara. El gusto por el reggae y géneros relacionados, y por la filosofía rastafari, empezó a ganar adeptos en la ciudad. Había otros espacios como el Djambe, el Mar i wana, el Jamaica; festivales y toquines. Pero el ‘Rasta’, fue la pieza que unió todo el rompecabezas. Estar ahí, reitera Omar, era placentero.

“Como una pachequez, una embriaguez de los sentidos, un éxtasis. Era sumergirte en otro tiempo, otro mundo, otro planeta, con la música, los colores, la buena vibra”.

Fotos del Centro Cultural Rastafari, Archivo
Fotografías impresas, compartidas por Xavis Garay, sobre el ambiente del público y las bandas que tocaban en el ‘Rasta’.

Una comunidad de reggae

Xavis Garay no recuerda la fecha exacta en que abrió el Centro Cultural Rastafari pero sí el año, 2002; y su motivación para fundarlo: contar con un espacio para difundir la cultura rastafari a través de la música. 

Halló la finca, ubicada a espaldas de la Casa de los Perros (Museo del Periodismo y las Artes Gráficas) en un estado de abandono, con “cerros de tierra” en su interior. La rentó para incorporarla a la tienda de regalos que tenía en un local contiguo. La limpió y colocó unas máquinas fajadoras y de serigrafía para hacer sus propias cajas de obsequios. 

Ahí, entre sus objetos de trabajo y su mercancía, organizaba cotorreos con amigos donde el reggae siempre estaba presente, como lo ha estado en su vida desde la primera vez que escuchó a Bob Marley, siendo un puberto, en una playa de Oaxaca. 

Un día tuvo una especie de epifanía. Se detuvo en el cuartito que posteriormente se convirtió en escenario y comenzó a visualizar el bar. Sus adornos, la pintura tricolor, los murales. Lo que fuera necesario para que, al entrar, el público se sintiera en “un lugar en Jamaica”. No buscaba replicar la religiosidad del movimiento rastafari, sino sus aspectos culturales, a través de la música. 

La banda argentina Nuevas Raíces ofreció un concierto en el Centro Cultural Rastafari el 6 de diciembre de 2002, como documentó el diario El Informador.

El reggae, surgido en Jamaica en la década de los 60, con su skanking, su bajeo incitador de bailes, y los instrumentos de viento que colorean las canciones, suele estar acompañado de letras dedicadas al amor y a la paz, pero sobre todo a la resistencia del rastaman ante Babylon System, el statu quo que oprime y manipula a los seres humanos. 

Un sistema materialista, un sistema decadente donde el que tiene varo o influencias en el gobierno o donde sea, te aplasta, y los demás se chingan, gente con poder que oprimía. 

Xavis no fue el único que pensaba así, por lo que sus amigos y sobrinos le apoyaron en transformar el taller, respetando la arquitectura del inmueble, en un bar. Buscaba generar un espacio donde el reggae fuera el puente entre las personas, donde hubiera convivencia. La banda que inauguró el lugar fue Ganja.

Sentado frente a una mesa de cristal, en la sala de la que, intuyo, es su oficina, Xavis comparte sus recuerdos. Luego se levanta y regresa con un puñado de fotografías impresas donde se observa un ambiente armónico entre el público y los artistas en este venue. Hombres y mujeres con prendas verdes, amarillas o rojas. Cabelleras largas, sueltas, o sujetadas por paliacates. Algunos con dreadlocks. Una expresión de dicha en sus caras. 

Entre las imágenes sobresale la de Fidel Nadal, el otrora vocalista de la banda argentina Todos Tus Muertos, con una oscura y abundante barba, y una chaqueta de mezclilla. En diciembre de 2002 se presentó en el Festival Xtremo, en la explanada del Auditorio Benito Juárez, y después ofreció un after party en el ‘Rasta’. 

Fidel Nadal en el Centro Cultural, Guadalajara

Concierto de Fidel Nadal en Guadalajara
Arriba, una fotografía compartida por Xavis Garay del músico argentino Fidel Nada; abajo, un recorte del periódico El Informador documentando el hecho.

Pero a botepronto, Xavis recuerda también a Nuevas Raíces, Antidoping, Angel Banton, La Yaga, Semilleros y Montebong. Aunque antiguos flyers que circulan en redes sociales y recortes de periódicos refieren a muchas bandas más que subieron a su escenario, tanto locales como internacionales. 

“Muchas bandas que iban empezando se dieron a conocer machín”, menciona este tapatío que escucha reggae roots desde que se despierta, y del que no cuelgan dreadlocks de su cabeza. “Los colores van por dentro”, dice. 

En la programación del bar sonaban, entre otros, Bob Marley, Israel Vibration, Culture, Don Carlos, Alpha Blondy y Burning Spear. 

En la memoria

Por motivos personales, un hartazgo a ciertas cuestiones, Xavis decidió darse un tiempo para sí mismo y optó por traspasar el negocio a Julio, cliente del lugar y conocido suyo. Se fue a vivir a La Manzanilla del Mar, en la Costalegre de Jalisco, y no supo más del lugar, ni las razones de su cierre. Admite que le costó trabajo desprenderse del ‘Rasta’, por la amistad que tejió con las bandas locales, con el público. 

Era compartir con la banda algo chido, no era el business, la neta no era el business, no era por el varo y se logró un luchar chido, se sentía la vibra.

Omar de León dice convencido que si bien ya no es tan notorio, el reggae sigue presente en el gusto de los tapatíos. Lo supone por los mensajes que recibe en cabina de radioescuchas asiduos a su programa Jamafrica de Radio Universidad de Guadalajara. Añora esa época, pero no se siente atado a ella, porque “hay que fluir”. 

Guadalajara se convirtió en un “monstruo” de gente y a su parecer resulta complejo que vuelva a existir un lugar similar al Centro Cultural Rastafari, un club que reunía a personas con los mismos gustos musicales, misma forma de ver la vida; un bar que propiciaba un ambiente idóneo para hacer comunidad. 

Ahora el movimiento reggae ya es como en las trincheras personales de cada quien. 

El DJ y locutor Omar de León, en la pulquería La Chukiruki. Fotografía: Jonathan Bañuelos.

No pienses más

Los Destartalados tocamos ahí, eran fiestas entre amigos y familiares que se volvían especiales para la vitalidad de la banda, fundada en 2009. Julio entonces era el administrador, era quien nos daba espacio para mostrar nuestra música. A veces había unas disputas extrañas con él, porque llegábamos con nuestros instrumentos a la puerta y se disponía a no dejarnos entrar por no tener una identificación que acreditara nuestra mayoría de edad. Al final la música se salía con las suyas.

Lo busqué para saber sobre los últimos días del ‘Rasta’, pero a quienes pregunté no sabían cómo contactarlo. Ni recordaban su apellido. Las búsquedas en redes sociales no funcionaron. ¿Julio estás ahí?

Omar de León trabajó con él, pero desconoce cómo y por qué ocurrió el cierre del lugar, y cuándo. Lo que sí, dice, es que “ya no era viable, no era negocio”. Infiere que algunas obras públicas ejecutadas por la zona abonaron en eso, en afectar la economía de los locales. Pero no está seguro. Intuyo que pudieron ser las obras de la Línea 3 del Tren Ligero.

Es viernes por la noche y el andador Pedro Loza, entre Reforma y San Felipe, luce un poco desolado. Algunos transeúntes caminan en dirección a Catedral, otros hacia El Santuario. Una hamburguesería está por cerrar, sus sillas negras patas arriba sobre las mesas. Un hombre y una mujer conversan sobre una banca metálica. 

Recargada en la entrada de Pedro Loza 220, en la lonchería, una pizarra negra con letras fluorescentes rosas y verdes invita a pasar a comprar elotes y verdura cocida. Pero el interior luce oscuro. Por una canción de música de banda que suena a todo volumen imagino que hay personas adentro. 

Resulta complicado no recordar esas luces verdes, amarillas y rojas, y el bajo potente que se asomaban años atrás desde esa puerta metálica; ni a ese grupo de amigos bajando sus instrumentos de la batea de una camioneta pick up azul, emocionados por tocar en el ‘Rasta’; ni la primera vez que escuché Dem get me mad de Zakeya retumbando en lo que quizá fue el ‘templo’ del reggae en Guadalajara.

Los Destartalados. De izquierda a derecha: ‘Dexter’ Sánchez (teclado), Jona Najock (guitarra), Aleja Mercado (batería), Bodgar Sánchez (voz), ‘Miguelón’ Benítez, al fondo (trompeta), y ‘Pichi Pichi Love’, (bajo). Fotografía: Facebook de la banda.

Fotografías: Jonathan Bañuelos | Cortesía Xavis Garay | Facebook Destartalados.

Author

Artículo anteriorLas Vegas premia mural de la tapatía Adry del Rocío
Artículo siguienteDescubren dos nuevas especies de agave endémicas de Jalisco
Jonathan Bañuelos
Reportero de Ciudad Olinka. Ha trabajado para NTR, Mural, Más por Más GDL, La Jornada Jalisco y Radio UdeG Ocotlán.