A pocos metros de su casa en la esquina con Herrera y Cairo, el ingeniero Jesús Ochoa fija la mirada la avenida Federalismo que hace 50 años dividió al barrio del Refugio.

Jesús, de 66 años, ha vivido en la colonia desde 1956. A pesar del tiempo y cambios, considera que se mantiene la esencia pueblerina de los años 70: casas de una planta —todavía no se imponen las torres de departamentos—, hay ventanas enrejadas y puertas de madera.

De esas puertas, recuerda, salían los niños a jugar a la calle del Moro que se encontraba donde hoy corre el carril Norte-Sur de Federalismo.

A través de sus gruesos anteojos observa el camellón que, hacia la calle Joaquín Angulo, se detiene en la estación del tren eléctrico donde se abre una pequeña explanada que topa con la fachada del templo del Refugio. Una religiosa abre las puertas color nuez y del pequeño campanario neogótico se escucha la llamada a la misa de la tarde.

“Fue un Buen barrio y casi casi equivalía a estar en un pueblito a pesar de que estuviera el centro cerca y otros barrios alrededor”.

“Lo curioso es la cercanía con el templo de la Capilla de Jesús. Era un barrio donde todo mundo se conocía y respetaba”.

A 50 años de ese recuerdo, ningún vecino, ni Jesús que en 1973 tenía 17 años, anticiparon la precipitada transformación del barrio por la imposición de un proyecto vial en nombre de la modernidad.

Ayeres. Pocos recuerdan las tradicionales calles que daban vida a el barrio del Refugio

Entorno

Imposición y resistencia vecinal

En 1954 el gobierno reportaba 654 mil habitantes y 24 mil autos en la ciudad.

Ante el lento, pero marcado crecimiento, el alcalde de Guadalajara, Jorge Matute Remus, propuso la construcción de un eje Norte-Sur sobre las calles 8 de Julio-Mariano Bárcenas.

Este se considera el primer esfuerzo de urbanización de la ciudad hacia el Norte.

En la pequeña ciudad de Guadalajara, el equipo brasileño ganó el Mundial México 70 y su goleador, Edson Arantes do Nascimento “Pelé”, metió tres goles en el Estadio Jalisco.

Pasado el Mundial de Fútbol, la propuesta de urbanización de Matute Remus se tornó urgente pues la ciudad había duplicado su población a un millón 350 mil habitantes y con 86 mil vehículos en circulación.

En 1971, el gobernador Alberto Orozco Romero retomó el proyecto del eje y lo propuso con modificaciones a la Junta General de Planeación Urbana del Estado de Jalisco (JGPUEJ).

El trazo ya no correría sobre 8 de Julio y Mariano Bárcena sino sobre las calles Escobedo-Moro-Mezquitán.

La propuesta del cambio de trazo no convenció al presidente de la JGPUEJ, Eduardo Ibañez Valencia, que la rechazó y reiteró la vigencia del plano efectuado por el ingeniero Matute Remus.

De acuerdo con el historiador Guillermo Gómez Susaita, el gobernador resolvió la oposición removiendo al arquitecto Ibáñez Valencia y designando en el cargo a Elías González Velasco, hijo del más importante urbanista del gobierno de Jalisco, Elías González Chávez.

El sábado 15 de abril de 1972, el periódico El Informador adelantó el posible cambio: “La JGPUEJ estima que es mejor el eje Colón-Escobedo-Moro-Mezquitán”.

La propuesta implicaba la modificación de 5.3 kilómetros de calles desde la avenida Washington hasta Circunvalación División del Norte.

El proyecto contemplaba la indemnización, desocupación y destrucción total o parcial de mil 150 casas para ampliar de entre 10 a 50 metros e igualarla con la avenida Colón.

El 6 de junio, los vecinos de las calles comprometidas protestaron frente al Palacio de Gobierno.

Consideraban que la decisión beneficiaba a políticos y empresarios en perjuicio de la gente.

Inconformes. Los vecinos de este barrio recurrieron a desplegados en los periódicos locales para mostrar su molestia, sin embargo, sus quejas no fueron atendidas

Promesas vacías

Al día siguiente, El Informador publicó “La apertura del Eje Norte Sur se hará bajo estudios muy minuciosos”, donde se presentaba a un gobernador conciliador que prometía una decisión imparcial con base en información técnica fiable y de utilidad social entre las diferentes propuestas.

“Para el gobierno no valdrá lo que ustedes llaman influyentismo”, aseguró el gobernador.

Ocho meses después, el 21 de febrero de 1973, se confirmó el cambio de la vialidad “El Eje Norte-Sur definitivo será Colón-Escobedo-Moro-Mezquitán”.

La nota abundó en detalles como la inclusión de un sistema de transporte público —camiones urbanos o un metro—, las etapas constructivas y un costo de 250 millones de pesos.

En los días siguientes, el pleno del Cabildo de Guadalajara, su alcalde, Guillermo Cosío Vidaurri, y el gremio empresarial respaldaron la decisión.

Consideraron que la pertinencia de la obra era “urgente y útil… cima de la planeación nacional”. El proyecto de obra fue comparado con la avenida de los Insurgentes del Distrito Federal, hoy Ciudad de México.

El rechazo de los vecinos fue contundente.

El 28 de febrero, la Unión de Propietarios e Inquilinos Pro Defensa no Ampliación de las calles Moro-Escobedo A. C., conformada por vecinos, publicaron un desplegado donde rechazaban “la ideología política del señor presidente de la república”, Luis Echeverría Álvarez.

“El pueblo de México no admitirá ya nunca ninguna forma de dictadura, ni de supeditación a la mera voluntad autoritaria. Y manifestará de buena voluntad su inconformidad con relación a alguna resoluciones que no les son del todo convincentes”.

Y rechazaron cualquier negociación sobre el proyecto de vialidad “Nadie ni nada nos hará cambiar de postura”.

El proyecto de ampliación fue considerado una imposición del gobierno que atentaba contra el derecho a la vivienda de la población.

Un par de días después, el Colegio de Arquitectos de Jalisco y organismos afines al gobierno (encabezado por los arquitectos Salvador de Alba Martín, Ignacio Sánchez Gil y Álvaro Contreras Rubio), publicó un desplegado donde aprobaban del proyecto y asumían la responsabilidad profesional “para la conformación de la ciudad y el progreso de la comunidad”.

Decisiones. En 1972 el periódico El Informador daba a conocer los cambios que había planteado el Gobierno en torno a la ampliación de vialidades de la ciudad. Imagen: Hemeroteca El Informador

Una semana después, el 7 de marzo, los Arquitectos Colegiados de Jalisco A. C. —que incluía arquitectos de la Universidad de Guadalajara como Job Humberto Hernández Dávila y Humberto Ponce Adame—, publicaron una inserción contra la destrucción del patrimonio arquitectónico y retomaron la discusión técnica dirigida al presidente de la JGPUEJ.

“Por favor, señor ingeniero González Velasco, qué cuesta más: ¿indemnizar, demoler y urbanizar en áreas construidas o en ‘grandes superficies no urbanizadas?’”.

En el proyecto, el presidente de la JGPUEJ justificaba el incremento en el costo de las indemnizaciones por la calle del Moro —al encontrarse más alejada del centro de Guadalajara—, frente al trazo de Mariano Bárcenas donde no había casas.

Los Arquitectos Colegiados concluyeron que la propuesta gubernamental no tenía base jurídica ni técnica: no figuraba en el Plan de Desarrollo Integral Metropolitano y el documento no era de carácter público.

Por lo tanto, no cumplía con los estatutos legales requeridos.

En tanto, los funcionarios estatales y municipales trataban de convencer sin mucho éxito a los propietarios de las calles de Escobedo y del Moro para dejar sus fincas.

Algunos vecinos interpusieron amparos y otros se atrincheraron en sus casas, estrategias que dilataron el avance del proyecto. La situación cambió con la visita del presidente de México, Luis Echeverría Álvarez, en un contexto de persecución policial contra grupos disidentes.

La mano de Luis Echeverría Álvarez

Desde inicios de la década de los años 70 se libraba una lucha entre la Federación de Estudiantes de Guadalajara y el Frente Estudiantil Universitario por el control de la UdeG.

Tras una serie de confrontaciones, una facción del FER se radicalizó y unió a la Liga Comunista 23 de Septiembre, fundada en 1973.

Una de las primeras acciones para combatir al régimen fue el secuestro del cónsul estadounidense en Guadalajara, Terrence George Leonhardy, el 4 de mayo del mismo año.

El 6 de mayo, Echeverría Álvarez aterrizó en la XV Zona Militar de Zapopan bajo el pretexto de una gira con ganaderos, aunque se pronunció sobre el plagio como “una cosa de delincuentes comunes”, lo dijo mientras aterrizaban 30 presos políticos en Cuba, una de las condiciones impuestas por los disidentes para libertar al diplomático.

El mismo día, el gobernador Alberto Orozco Romero tuvo un encuentro privado con el presidente Echeverría Álvarez.

Dijo que el mandatario “se interesó por los problemas de vialidad de Guadalajara”, en específico del proyecto del metro planeado sobre el Eje Norte-Sur. Después, Echeverría Álvarez regresó a los Pinos sin noticias del diplomático.

Esa misma noche, los guerrilleros lo liberaron al cónsul norteamericano. 

El Día del Maestro, 15 de mayo, el presidente volvió a Guadalajara para entregar casas a los profesores al Oriente de la ciudad, y para continuar con la caza de los secuestradores de los que no tenían rastro.

Imposición. Después de la visita del presidente Luis Echeverría Álvarez las negociaciones con los vecinos se agilizaron, dando paso a la destrucción del barrio. Imagen: Hemeroteca El Informador

Bajo ese clima de vigilancia, el 5 de junio, 20 días después de la visita del presidente, los equipos jurídicos del gobierno estatal y municipal consiguieron 179 propiedades y entregaron casi 34 millones de pesos en indemnizaciones.

Las fincas ya le pertenecían al gobierno. Todos los recursos fallaron pues ni las protestas, las inserciones en diarios o las discusiones técnicas frenaron el avance de la maquinaria sobre las angostas calles del tramo Escobedo-Moro-Mezquitán.

El 6 de junio de 1973 comenzó la demolición de las casas.

El polvo y el “milagro”

En el tramo de las calles de Escobedo y Moro, la maquinaria pesada, toda en color amarillo ocre, arrasó con cientos de viviendas.

Los enormes brazos de hierro aplastaron, sin esfuerzo, los techos dejando vigas y varillas retorcidas desnudando las paredes blancas, rosas o azules de los espacios íntimos

Los muros se desplomaron en un golpe seco contra la tierra mientras se hacían pedazos entre una nube de polvo.

Luego, los robustos bulldozers arrastraron las montañas de escombro mientras descubrían los pisos de las salas y de los dormitorios. Con la carga a tope, las máquinas alimentaban a los camiones de volteo los cuales salían sobre el borroso trazo de las antiguas calles.

“Entre la polvareda, el rugir de máquinas y el aparatoso derrumbe de las fincas condenadas a muerte desapareció una de las calles tradicionales de Guadalajara”, la calle del Moro que describió el escritor Luis Sandoval Godoy en su crónica Requiem por una calle.

De entre todas las fincas destruidas, el gobierno mantuvo en pie, aunque mutilado, el Templo del Refugio con un sistema de pilotes de refuerzo en la cimentación del edificio.

El templo era administrado por religiosas franciscanas desde 1900, junto con un albergue adjunto al servicio templo de mujeres rechazadas por sus familias.

“El templo se salvó de puro milagro porque lo iban a demoler, pero se salvó, afortunadamente”, recuerda Jesús.

No fue un milagro sino la decisión del propio gobernador Alberto Orozco quien creció a media cuadra del templo.

“El gobierno les dio una bicoca”

En medio de los escombros, muchos vecinos continuaban atrincherados. Al rechazar la negociación, resistieron la presión mientras intentaban seguir con su vida cotidiana.

Jesús Recuerda “si en una casa no habían firmado el convenio, el gobierno no sacaba a la gente. Lo que hacía era tumbar las casas de los lados y así los obligaban a salir porque la dejaban sin agua, drenaje o luz. Así ¿pues cómo?”.

Desolado. La maquinaria arrasó en segundos con los techos y muros de las casas desde los cimientos, poco se salvó de aquella destrucción.

Muchos vecinos se desplazaron fueran propietarios o arrendatarios, todos emprendieron el éxodo con prisa y sin mucho dinero por la concesión de sus casas.

“Fácilmente la mitad de los que sacaron, quedaron en la ruina”.

“Muchos se tuvieron que mover a otra colonia, arrimándose con familiares, tratando de quedarse con otras personas del barrio, pero la mayoría no pudo”.

En el Refugio destruyeron 234 casas y un número no determinado de gente abandonó las vecindades y casas que funcionaban como multifamiliares.

Durante el resto de 1973, el gobierno desalojó las casas ubicadas en los 5.3 kilómetros destinados para la vialidad.

“Hubo personas mayores que no aguantaron, que se murieron de tristeza, de desesperación, de pobreza porque lo único que tenían era su casa. Fue la debacle del barrio”.

En enero de 1974, la demolición avanzó pues 981 vecinos habían firmaron los convenios.

Por sus hogares, los vecinos recibieron 120 millones en indemnización suma a la cual el gobierno restó 50 millones de impuestos.

Según datos del gobierno, cada propietario recibió, en promedio, 30 mil pesos netos.

Que equivalía, en 1973, a 907 salarios mínimos, establecido en 33.05 pesos.

Con el cual se podía comprar un terreno en la periferia o poco más de la mitad del monto de un Volkswagen sedán modelo 1970.

Aunque se trató de una suma considerable para la época, las indemnizaciones fueron más bajas de lo dicho por el gobierno.

Tanto que los vecinos no pudieron comprar o fincar otra vivienda.

“El gobierno les dio una bicoca: en aquel entonces el catastro era ínfimo porque el valor real de las casas era mayor. Con lo que entregó el gobierno no compraron ni ladrillos. Fue una mentada de madre”, lamenta.

Cambios. Posteriormente el barrio siguió sufriendo cambios, con heridas que se convirtieron en escenarios modernos.

El nuevo paisaje del Refugio

Cuando el trazo quedó libre comenzó la excavación del túnel para el trolebús que no causó pocos problemas a los vecinos.

“Y pues a vivir con eso durante año y medio o más. Terregales en las secas. En tiempo de lluvia, lodazales. Como vecino fue muy pesado”, recuerda Jesús.

En los meses siguientes, la enorme grieta se cubrió con concreto al mismo tiempo de la reinstalación de las líneas de electricidad y drenaje.

Se transplantaron centenas de fresnos y en las banquetas colocaron macetones estilo cenicero. 

El 27 de junio de 1976, el presidente Luis Echeverría y el gobernador Alberto Orozco Romero inauguraron la obra civil del primer tramo:

Se develó una placa y arrancó el servicio de transporte público subterráneo.

El hijo del barrio del Refugio, el gobernador, explicó en el prólogo del libro La nueva ciudad que la obra de la avenida Federalismo se orientó bajo la idea del beneficio de la mayoría a costa del sufrimiento de pocos.

“Sirvan estos renglones para agregar nuestro elogio al pueblo que sacrificó bienes, dinero y tranquilidad”, escribió como disculpa.

Años después, en la columna “Un revolucionario sin carabina”, publicada en El Informador el 20 de noviembre de 1989, el tono de disculpa se esfumó.

Y viró en la dirección del remordimiento cuando Alberto Orozco asumió la responsabilidad por la destrucción del barrio del Refugio.

“Buena parte de la responsabilidad por la demolición del hermoso barrio, en que transcurrió parte de mi infancia, gravita en mi conciencia”, confesó.

Sobre todo, Alberto Orozco fue el católico que impidió la destrucción del viejo templo. El Refugio, ubicado sobre una moderna avenida, atestigua la imposición personal sobre asuntos personales.

El joven Jesús, ahora un veterano del barrio, sigue mirando el tráfico que se torna pesado y ruidoso sobre la avenida Federalismo. Sobre el trazo torcido de la avenida hay un desfile de vehículos que acumula chillidos y ronquidos de vehículos.

“Todo eso no debió de ser así, el gobierno debió buscar formas más inteligentes de modernizar la ciudad. Todo en pro de esta modernidad”.

En el templo, la religiosa acompaña a un puñado de parroquianos a la salida. Después, cierra la puerta entre la parálisis del tráfico.


Fotografías: cortesía, Hemeroteca El Informador

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Adrián Montiel González
Colaborador en Ciudad Olinka. Ha laborado para medios como Gaceta UdeG, Radar Sonoro, El Diario NTR Guadalajara y A dónde van los Desaparecidos.