No tengo la fecha exacta, pero recuerdo que hacía frío e iba en bicicleta con un compa que mide más de 1.90, quien tenía una bici acondicionada a su estatura.
Fuimos a un bar por el Parque Rojo de Guadalajara, donde nos tomamos un tritón y después procedimos a irnos a aplastar a las bancas que están a un costado del Templo Expiatorio.
Este suceso ocurrió antes de la pandemia, quizá unos tres o cuatro años antes.
Total, mi compa y yo tomamos concha del espacio. Seguíamos platicando mientras el humo nos acompañaba.
Después de unos 10 minutos de estar ahí, siento la presencia de tres chicos en bicicletas que nos miraban, pero no dije nada.
Pensé que sólo nos veían porque eran casi las 4 de la mañana y nos reíamos muy alto.
Seguíamos en la chisma y los vuelvo a ver pasar, por lo que le digo al vato:
–¿Sabes qué?, esos morros ya van dos veces que pasan, no nos vayan a tumbar.
–Usted viene conmigo, mija; no pasa nada, yo la cuido.
–¡Ah bueno!
Los chicos se dieron la vuelta en breve y de repente llegaron directo a nosotros:
“¡Ya valió verga, ni se muevan!”, dijo un vato mientras me colocaba una navaja en el abdomen.
Habrá sido el alcohol, pero me levanté tranquila y le recorrí su mano de mi estómago y le dije:
–¿Qué quieres? La neta no traigo nada.
Y le enseñé mi bolsa, una tan pequeña donde tenía mi celular, mi cartera doblada y el libro Las enseñanzas de Don Juan (del antropólogo Carlos Castañeda).
Metió la mano desesperado y sacó el libro, y me dijo:
–¿Y esta mamada?
–Ah, es un libro, se llama Las enseñanzas de Don Juan.
–Pues ya sé pero saca el celular– contestó enojado.
–No tengo.
Siguió buscando en la bolsa pequeña que llevaba, mientras que con su otra mano sostenía el libro.
La ventaja de todo esto fue que mi cartera se doblaba y en medio tenía mi teléfono, pero no era palpable, estaba muy escondido en ese diminuto espacio.
Me regresó el libro y me dice:
–No, no tienes nada.
A lo que sacada de onda le respondo:
–¿Y el libro?
–Yo no quiero esa chingadera– me dijo el mocoso insolente.
–¿Te gusta la mota?– le cuestioné.
Y entre los tres morros se voltearon a ver y les respondo: “¡Uy, les va a gustar!”.
Por lo que procedí a narrarles un poco de lo que llevaba leído y que iba en la parte donde Carlos se va a una casa y dura tres días bien empeyotado, que ya hasta se creía un animal; estaba en cuatro patas y aullando.
Duré fácil como 10 minutos súper prendida contándoles todo y dándoles las razones de por qué deberían de llevárselo.
Los tres raterillos y el compa de 1.90 me veían como espectadores extasiados por tremenda información que les estaba dando, hasta que “el líder” del crew maligno sacude su cabeza, alza la voz y dice: “¡Ya cállate!”.
Y la neta, pues me encabroné y le respondí:
–Mira morro, la neta, está bien perro el libro y si a ti no te interesa cultivarte no es mi pedo. Aparte, ¿sabes qué? este libro yo también me lo robé, pero yo sí lo estoy leyendo.¿Sabes cuánto cuesta? ¿Lo que vale realmente?
Ni me dejó acabar cuando se dio la vuelta y dijo:
–Ya, ya, ya, ámonos mejor.
Y sus compas procedieron a caminar atrás de él. Y que volteo con mi compa y me dice:
–¡No mames, Dulce. No hagas eso!
A lo que muy tranquila le respondí:
–No hay pedo, ni nos tumbaron nada.
Mi amigo volteó a ver su bici y bien asustado gritó:
–¡ME ROBARON MI BICICLETA!
–Estás bien pendejo, güey ¿Cómo que te robaron? Ce, ahí está mi bici sin pedos.
Pero cuando volteo a donde estoy señalando, ¡YA NO ESTABA, NENA (mi bicicleta)!
Me entró miedo y dije:
– Mierda, muy rica la plática y todo pero ¿cómo me voy a ir a mi casa?
Y a menos de 30 pasos de mi, veo a uno de los tres vatos con mi bicicleta.
Iban súper despacio, cotorreando, supongo iban analizando todo lo que había manifestado anteriormente en ese mini speech.
Mi impulso me hizo correr, jalarle la llanta de atrás, treparme a la bicicleta y mencionarles: “Si no te quisiste llevar el libro, menos la bici”.
Por lo que me fui pedaleando con fuerza hasta el otro extremo donde estaba el compa ya llamando a la policía.
La policía no hizo nada, mi compa se fue agüitado con una bici que le intercambiaron los maleantes y no era de su tamaño.
Y yo, con la gratitud de que generé inquietud en unos jóvenes que quizá, a penas estaban asistiendo hacia el lado oscuro, y con la esperanza de que hayan generado conciencia en no estar ejerciendo ese tipo de acciones pedorras.