Existen quienes pasan días en los hospitales y quienes lamentablemente han llegado a la muerte, pero también están quienes se recuperan satisfactoriamente y quienes somos asintomáticos.
En mi experiencia, que es lo único que puedo decir, el Covid-19 se manifestó al menos tres o cuatro días después de contraerlo.
El agua y los alimentos tenían mal sabor, sobre todo el agua; tuve escalofríos, sin llegar a presentar más de 36.8 de temperatura corporal, y aunque dé pena: sí, también tuve malestar estomacal durante seis días.
La garganta me dolía más que el cansancio que sentía. Después de esto comencé con la gripe y tos con flemas.
Fui al doctor, quien me dijo que tenía una infección en la garganta y me recetó tres inyecciones de doble solución –pues al parecer era demasiada fuerte mi enfermedad–.
También un jarabe para la tos e ibuprofeno para el cuerpo cortado. La indicación de tomar muchos líquidos y unas vitaminas.
Mi vida seguía, con malestares, pero seguía
En la oficina el aire acondicionado durante más de ocho horas seguidas y hablar mucho era el motivo del dolor o al menos eso creía.
La tos aumentó un poco y el estrés laboral era lo que me provocaba dolor de cabeza.
Al terminarse los medicamentos, los malestares –aunque mucho menores– no desaparecieron.
Quizá después de cinco días seguidos de dolor de cabeza, la sensación se fue. igualmente la tos y todo malestar; “ya me había curado”.
No puedo mentir, una parte de mí siempre estuvo asustada de saber que podía ser coronavirus, pero –como mencioné antes– lo que se sabía de sus síntomas más el veredicto de mi doctor me hicieron convencerme de que no era el virus.
El inicio de la travesía
Por parte de mi trabajo, a todo el personal nos hicieron la prueba a través de Radar Jalisco, que realiza la Universidad de Guadalajara.
Era miércoles, estaba confiada porque ya me sentía bien y había estado cumpliendo las medidas sanitarias.
Sin embargo, recuerdo que fue antes de mediodía que se me avisó que salí positiva y debía retirarme de las instalaciones de manera inmediata y no podía volver durante al menos 15 días.
En ese momento solo podía resolver que nadie se me acercara o tocara mis cosas; después encontrar quién hiciera mi trabajo, al menos ese día.
“Toma Paracetamol si te sientes mal; aislada completamente”, me dijo el médico que estaba presente.
Avisé a casa que llegaría en unos minutos más y que tomaran sus precauciones.
Al subir al coche fue cuando entendí: soy portadora de Covid-19, infecté a mi compañera de trabajo y además no sabía qué hacer, “no quiero que mi familia se enferme”, me dije.
Lloré un poco, me sentía mal emocionalmente, tenía una culpa extraña, quería avisar a algunos amigos con quienes tuve contacto; ellos se hicieron la prueba y nadie salió positivo, sentí alivio.
Ahí comenzaba mi día uno de aislamiento.
Me encerré en mi cuarto, se me asignó un vaso, una taza, un termo, un plato hondo y otro plano, una cuchara y un tenedor, que eran lavados en el cuarto de servicio.
La indicación era la de sólo caminar los cinco pasos que separan el baño de la puerta de la recámara: “No toques nada, no salgas”.
Nadie está preparado para tratar con enfermos de Covid
Llamadas y mensajes de Whatsapp para solicitar agua, comida, lo que sea. Todo era colocado en una mesa pequeña, afuera de mi ahora jaula.
Sí, sí sentí como estar en una cárcel con ciertas comodidades.
El sabor de la comida y el agua habían vuelto, no tenía dolor de cabeza, mi olfato no se perdió y solo tenía un dolor de espalda.
Me asusté, podían ser los pulmones, pero después todo estuvo normal: no tenía síntomas.
Llamé al Centro de Aislamiento Voluntario de la UdeG para saber si, debido a que soy asintomática, podía pasar mis 15 días aislada en las instalaciones del club en el Bosque de La Primavera.
Al ser aceptada como candidata me dijeron que el servicio de internet es irregular y aunque para mí y mis seres queridos era la mejor opción, no pude irme, pues el trabajo me impedía tomar esa decisión.
Los miedos y medidas extremas continuaban en casa, situación entendible pero con cierta sensación de que el virus es una enfermedad estigmatizada.
Aunque muchos decían que aprovechara para descansar o hacer actividades que posponía debido a que no tenía tiempo, la verdad es que más que lo que implica tener la enfermedad que nos trae a todo el mundo vueltos locos, el encierro me estaba poniendo mal, no eran vacaciones.
Los horarios de comida se modificaron, pues dependía del tiempo de mis “cuidadoras”. A veces mucha hambre, a veces falta de apetito.
Las cuatro paredes y el mismo escenario me desesperaba, cerrar los ojos y abrirlos en el mismo lugar durante tres semanas.
El insomnio fue recurrente, despertar temprano, no tomé siestas, leer o ver alguna serie o película cansaban, la falta de tomar sol, de caminar, de sentir el control absoluto de mi vida, cansaba leer tantas noticias sobre el coronavirus.
La rutina del aislamiento
Miedos, soledad, anhelos, desesperación, estrés, tristeza, paz, ilusión, enojo, comprensión.
Los sentimientos eran mezclados durante solo un día, algunas situaciones no pude manejarlas, bastaba un comentario negativo o insignificante para estar en los extremos.
Las personalidades son distintas, al igual que los efectos del Covid-19 o del aislamiento.
Para mí fue bastante importante el acompañamiento, pues ya sabía que estaba sola, encerrada y padeciendo una enfermedad nueva.
Pero experimentar quiénes de verdad me estiman pese a la distancia fue alentador y triste al mismo tiempo.
Había quienes sólo se preocupaban por insistir en hablar de coronavirus o banalidades disfrazadas de buena onda, o quienes escribían esporádicamente.
Y aunque se agradece, el aislamiento requiere de amor, amistad, dedicación y mucha comprensión de los demás, quienes de alguna manera podrían ayudarme a sentirme parte del mundo todavía.
Ese mundo lejano y reducido para mí, créanme, me llenó de mucha sensibilidad a la cual nadie estuvo preparado.
Agradezco haber pasado esta situación en tiempos donde la tecnología nos acerca, pues las videollamadas, sobre todo en las noches de desvelo, eran gasolina para mí.
Que me hicieran reír, me tocaran una canción, recibir mensajitos con recomendaciones, que me contaran chistes, que me hicieran sentir bien, normal, algo distinto a toda la jungla de sentimientos negativos que se apoderan y refuerzan en el encierro.
Si me preguntan cómo sobreviví, seguramente fue por esos momentos que me brindaron un escape a la Luna.
Terminé de leer un libro, vi dos series completas y algunos documentales, trabajé, hice ejercicio, escribí.
Escuchaba a Ludovico Einaudi para dormir y para animarme a Patti Smith con su Peace and noise para empezar la mañana.
Había días donde sentía que podía, que el Covid se supera, que nadie de mis allegados se enfermería de esto tan desconocido.
Dejé de tomar Paracetamol, pero de repente, así sin avisar, empezaba a sonar Perfect Day de Lou Reed y sentía hundirme como Mark Renton.
“Ya no quiero días terribles”, pensaba.
Sobreviví al virus
Tres semanas después se me informó que ya no era un caso activo: “Ya no eres riesgo de contagio para las demás personas”, como dijo literalmente la doctora y ya podía regresar a mis actividades, lo cual, ante la pandemia y después del encierro, significó volver al trabajo y tomar camiones para trasladarme.
Cuesta trabajo que no dé temor salir a la calle. Es raro porque en el aislamiento lo que quieres es recobrar tu vida.
La medidas de protección continúan, se sintió bien caminar, sentir el aire, hacer mis actividades, estar ocupada con mi mente, ser independiente de nuevo.
Pero la vida no es la misma desde que me fui del aislamiento, todo cambió, es mi nueva normalidad, en la que todavía usamos cubrebocas, distancia social, lavado de manos.
P.D. Cuídense, tener Covid no es grato. Ser asintomático está feo, en mi caso no tuve pronta detección, identifiqué los síntomas cuando ya no los tenía, pero a todos nos puede pasar distinto. El virus existe y sí, sí cambia la vida.