Los balcones, las calles y las banquetas se llenan de personas de todas las edades, algunos adultos mayores, a la puerta de su hogar, colocan una silla y puntuales, se sientan a disfrutar el desfile.
Suenan los violines, el retumbar de unas sonajas de sirian, los pies de los hombres, niños y adolescentes que representan a los chayacates, los pasos hacen eco en el asfalto, máscaras y cuernos de venado.
Cambia el ritmo, marca el paso el carrizo y los piteros; se avistan chalecos con tiras coloridas, mujeres, niñas, niños y hombres, con sus sombreros, dan giros, danzan y hacen filas.
Entre los bailes diferentes figuras desfilan: la Virgen de la Candelaria, los santos, la abajeña, la arribeña y la pronunciada que reciben gritos de alegría.
El templo de San Juan Bautista les espera, frente a la cruz de evangelización. La Virgen de la Candelaria se posa en el altar mayor, los violines, piteros y banda no paran de sonar, las sonajas y maracas van calmando el ritmo.
🎧 Escucha esta información:
Locución y producción: Cristina Arana
La fiesta no termina, pues después del objetivo principal se reúnen los y las líderes indígenas y la cuadrilla nombra al capitán encargado del año siguiente, para organizar una de las fiestas más grande del pueblo.
Y retumba la tambora y el pueblo de la fiesta eterna continúa demostrando el porqué del anterior dicho.
A través de la danza, las y los tuxpanenses demuestran la resistencia y rebelión con la que han logrado levantarse junto con habitantes de Tamazula y Zapotiltic.
Los cascabeles que suenan traen consigo enseñanza a las niñas y niños, representan la sabiduría.