28 de febrero de 2016
Eran las tres de la madrugada y los parques de los dos templos, en el Centro de Guadalajara, estaban solos para ser viernes. Un joven vestido de vaquero alzó su mano y me detuve. “¿Taxi plus?”, preguntó y respondí que sí. “¿A qué hora puedo empezar a tocarlo?”.
Entre los taxistas que nos quedamos a esperar pasaje por el cruce de Prisciliano Sánchez y Alcalde, ya lo tenemos bien ubicado.
Le decimos “El Woody”, por aquello de sus pantalones vaqueros, la tejana y porque visita El Condal. A todos ya nos hizo la misma pregunta. La primera vez que lo subí pensé que eso de “taxi plus” era un servicio completo: carro perfectamente limpio, taximetro de ley y cordialidad hacia el pasaje.
Después de preguntar si podía tocarme, pelé los ojos y me le quedé viendo. No tuve que decir nada porque adivinó mi sorpresa. “Disculpe si lo ofendí”, dijo.
Y me explicó que cuando una persona homosexual busca faje con un taxista, o aunque sea una mamada, pregunta que si es “taxi plus”. Lo de plus se lo atribuyen al servicio sexual.
Alguien había dicho que los taxistas que le entrar llevan en su carro una luz azul, en lugar de roja. Es mentira. En el reglamento que seguimos se menciona que si alguien quiere iluminar su unidad debe ser con ese color. No es obligatorio depender de la lamparita, pero sirve para que las personas identifiquen, en la noche, al taxi.
“El Woody” es uno de los tantos que saben de ese servicio. Por lo general sólo se pide en esa zona; hay bares gay cerca: La Prisciliana, Club Ye-Ye y el Caudillos. Al final dejé que me iniciara como prestador de servicio. No tengo bronca en dejarme querer si me van a demostrar su cariño con dinero.