–A mi tío de niño lo violó un sacerdote.
El sobrino de Elías Nandino se hace llamar Abid, tiene 26 años, pinta, escucha música electrónica y se droga.
En la esquina de la habitación hay un sillón café, ahí Abid flexiona sus piernas contra el pecho y se sienta en el borde del mueble.
Fuma cigarros de cereza porque dice son sus favoritos. Es alto, más de un metro 80. De su cabello cuelgan pequeños rizos; los ojos saltones, llenos de ojeras, sobresalen más que la nariz aguileña que limpia constantemente con la mano.
–Por eso mi tío odiaba a la Iglesia Católica. Algunos de sus poemas hablan de ese desprecio. Pero él empezó a escribir cuando su hermana murió; era su adoración. Por eso en otros de sus textos habla del amor y la muerte.
–Yo supe que mi tío era gay cuando fui al museo que hay en Cocula dedicado a él. Antes fue su biblioteca personal. Ahora están sus lentes, sus bolígrafos, sus libros. Hay fotos que muy pocos conocen. Yo las veía por horas y lo curioso es que en casi todas salía acompañado de un amigo poeta, y la verdad no creo que fueran sólo amigos. Mi familia nunca me habló de su preferencia sexual no porque no supieran, sino porque la ocultaban. Cocula, como muchos lugares de aquí, sigue siendo una localidad muy religiosa.
Abid sigue fumando. El humo se convierte en una fina cortina sabor cereza. La habitación está en penumbras y la oscuridad se puede comer. Él evita la luz, su vista es sensible. Quizá encontró, en las tinieblas del lugar donde coincidimos, el mismo poder que Nandino en las letras.
(Otoño de 2015)