El año pasado en este momento estaba cargando los regalos de mis hermanos en silencio, casi de puntillas. Hoy ya no hubo necesidad de teatro, cada quien supo qué iba a recibir y sin embargo permanecen los regalos envueltos bajo el árbol de navidad.
Mis hermanos, mi hermana y yo, en su momento, nos hicimos la misma pregunta: “¿por qué nuestros padres mienten, por qué fingen ser el Niño Dios, Santa Claus o los Reyes Magos?”.
La mayoría desde edad temprana nos damos cuenta de lo mentiroso que puede ser alguien, tan solo para lograr un momento de felicidad.
Mi madre nos ha respondido lo mismo a los cuatro hermanos: “es una tradición que tiene muchos años, a mi me pasó igual y seguirá pasando. Así es y será”.
Nos han condenado a fingir que los tianguis, negocios y centros comerciales ofrecen su mercancía a personajes sobrenaturales.
También nos ha condenado a sentir emoción cuando vemos una caja envuelta, a imaginar su interior, a sorprendernos por su contenido.
